A propósito de la celebración del día de los muertos, que en nuestra América Latina celebra con enorme devoción. Me ha llamado la atención de las visitas programadas a los cementerios por las noches. Para el Cementerio General de Santiago, no hay cupo hasta el próximo año. Sin embargo, en el de Playa Ancha en Valparaíso, aún hay posibilidades, incluso el de llevar algún mosto para servírselo en la tumba del mítico Emilio Dubois, Emilio Morales o Emile Murraley fueron los alias del inmigrante francés Louis Amadeo Brihier Lacroix.
Una declaración de prensa de la época relató:
“Nos dirigimos entonces a hablar con Dubois. Al vernos, éste exclamó:
“Han llegado ustedes muy temprano, la ceremonia será a las 8″.
-Sí, Dubois, hemos venido cumpliendo con nuestro deber.
“Ah, ya lo sé, el deber de contar todo, es muy natural, hoy es lo más interesante”.
- Usted demuestra mucho valor, le dijimos.
“Ah, no; el valor lo demostraré más tarde, aún estoy en mi celda; cuando esté ante la boca de los rifles, entonces estaré valiente, aquí todavía no hay peligro, aquí estoy tranquilo. En mi vida he sentido el silbido de las balas muchas veces, hoy sentiré su efecto”.
- No queremos molestarlo más. Adiós Dubois, valor.
“Antes me decían ustedes, “hasta otro día”, hoy me dicen “adiós”, tienen mucha razón. Adiós, señor”.
En los instantes previos a la ejecución, Dubois se mostró altivo, pero cortés y a veces sonriendo, causando sorpresa entre los presentes. De pronto, y como quien recuerda algo, mientras fumaba un puro, expresó:
“Público, tengo que hablaros de algo…”
Dijo que había sido condenado injustamente por el magistrado Santa Cruz y que su solicitud de indulto había sido denegada por el presidente Montt.
“Se necesitaba un hombre que respondiese de los crímenes que se cometieron, y ese hombre he sido yo. Muero pues inocente, no por haber cometido esos crímenes, sino porque esos crímenes se cometieron.
Una apiñada concurrencia- reporteros, fotógrafos y ciudadanos- esperando verlo morir.
-Sólo les pido que apunten bien al corazón- dijo el desventurado.
Luego sonó la descarga.
Enseguida, el tiro de gracia.
Pronto corrió el rumor de que Dubois se vengaba de sus inculpadores desde el más allá. El Presidente Pedro Montt, que había negado su indulto, murió en Francia y luego su sucesor sufrió la misma suerte. Ese fue el punto de partida de las creencias que lo transformarían en distintos personajes y uno a la vez, según las variantes que fue tomando su leyenda según cuenta el Historiador Víctor Rojas Farías: un poeta distinguido dominado por un enfermizo impulso asesino; un artista que quería hacer de sus crímenes obras de arte; un homicida impulsado por fuerzas sobrenaturales; un galán aventurero y heroico, acusado falsamente de asesino por la clase alta; y un ladrón que robaba a los ricos para dar a los pobres, muerto en represalia. Estas últimas versiones son las que han perdurado con más fuerza; la mayoría de las personas que visitan la animita de Dubois en Playa Ancha cree que fue y sigue siendo un alma caritativa. Esa fe hizo que su sepultura ya en 1908 rebosara placas de agradecimiento por favores concedidos. La leyenda de Emile Dubois es un clásico entre las historias locales. Los misterios biográficos de su persona sólo importan en la medida en que sigue siendo objeto de culto. Más que colombiano o francés, Emile o Luis es netamente porteño. El 26 de marzo de 1907, Dubois había muerto y nacía el mito.
El 16 de agosto de 1906, poco antes de las 8 de la noche, cuando los porteños hacían sobremesa o estaban todavía cenando, se produjo la primera sacudida de la tierra que duró, según muchos testimonios, ¡cuatro minutos!. Otros hablaban de cuatro credos. Todo el mundo se lanzó, por cierto a la calle o trató de guarecerse bajo los dinteles que creían menos vulnerables. De éstos, no pocos fueron aplastados al desplomarse las fachadas, ante el espanto de los que se habían quedado, paralizados por el terror, en los interiores. Otros cayeron bajo el peso de cornisas, muros y balaustradas. Un terrible terremoto sacudió a Valparaíso y sus alrededores. Según fuentes señalan que fue 8,39 en escala Richter y, más de 3.000 muertos.
El mismo Dubois relató después que de entre los muros agrietados y escombros que llenaban su calabozo, escuchó una voz que le decía:
-musiú Dubois, los niños vienen a sacarlo para que arranque- No pudiendo derribar la pesada puerta, los presos abrieron un forado en la pared del calabozo vecino, ofreciéndole una salida por la que se evadió. Una vez en el exterior, sus colegas lo cubrieron con un poncho y una chupalla, pero afortunadamente en los momentos en que escapaba, fue reconocido y llevado a una celda donde fue convenientemente resguardado.
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Antonio Machado decía:“…la muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”
Poema A La Muerte De Rubén Darío de Antonio Machado
Si era toda en tu verso la armonía del mundo,
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
corazón asombrado de la música astral,
¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
y con las nuevas rosas triunfantes volverás?
¿Te han herido buscando la soñada Florida,
la fuente de la eterna juventud, capitán?
Que en esta lengua madre la clara historia quede;
corazones de todas las Españas, llorad.
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,
esta nueva nos vino atravesando el mar.
Pongamos, españoles, en un severo mármol,
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo,
nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.
Octavio Paz en: “El Laberinto de la soledad”, Cuadernos Americanos, 1950.
"La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda es la abigarrada confusión de actos, omisiones, arrepentimientos y tentativas -obras y sobras- que es cada vida, encuentra en la muerte, ya que no sentido o explicación, fin. Frente a ella nuestra vida se dibuja e inmoviliza... Nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida. Por eso cuando alguien muere de muerte violenta, solemos decir: "se la buscó"...
La muerte es intransferible, como la vida. Si no morimos como vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala muerte que nos mata. Dime cómo mueres y te diré quién eres".
“El Laberinto de la Soledad”, es un estudio del mexicano, no del criollo ni el mestizo, no del indígena, ni el descendiente de padres o abuelos extranjeros, no del chilango o el jalisquillo, tampoco del jarocho ni del norteño: sino de todos ellos y muchos más. Su vigencia es impactante.
El “Laberinto de la Soledad” es una de las obras del mexicano galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1990.
Gabriel García Márquez en: “Crónica de una muerte anunciada”.
Uno de los más famosos escritores latinoamericanos contemporáneos. El precursor de realismo mágico en la literatura latinoamericana, da testimonio en sus letras de la realidad sobrenatural y maravillosa en las culturas latinoamericanas.
La muerte es un tema que García Márquez trata con un toque muy imaginativo. “…La muerte en la literatura siempre ha sido tema intrigante... y que sustenta un manantial de creación insaciable pleno de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la muerte…"
Del Capitulo 5: …Después de buscarlo a gritos por los dormitorios oyendo sin saber de donde eran los gritos que no eran lo suyos, Placida se asomo a la ventana de la plaza y vio a los gemelos que corrían hacia la iglesia y detrás a Yamil con una escopeta de caza. Creyendo que ya había pasado el peligro salió al balcón del dormitorio y vio a Santiago frente a la puerta bocabajo, tratándose de levantar de su propia sangre. Se incorporó de medio lado y se echo a andar en un estado de alucinación, sosteniendo con las manos las vísceras colgantes. Camino más de cien metros para darle la vuelta a la casa y entrar por la puerta de la cocina. Atravesó el jardín de los vecinos encontrándose con Wenefrida Márquez y ella le pregunto que le pasaba y el le respondió que lo habían matado. Tropezó en el último escalón pero se incorporó de inmediato y hasta tuvo el cuidado de sacudir con la mano la tierra que le quedó en las tripas, dijo Wenefrida después.
Después entró en su casa por la puerta trasera, que estaba abierta desde las seis y se derrumbo de bruces en la cocina.
El cuento “La muerte tiene permiso” es una de las obras mejor logradas dentro de la cuentística mexicana del siglo XX. Edmundo Valadés, nace el 22 de febrero de 1915 en Guaymas, Sonora, estado del norte de México, y muere el el 30 de noviembre de 1994.
"…Los que estén de acuerdo en que se les dé permiso para matar al Presidente Municipal, que levanten la mano... Todos los brazos se tienden a lo alto. También la de los ingenieros. No hay una sola mano que no esté arriba, categóricamente aprobado. Cada dedo señala la muerte inmediata, directa…"
“La muerte tiene permiso” nos invita a descubrir la realidad del mundo en el que todos estamos inmersos, y donde la muerte como suceso natural verdaderamente tiene permiso... "Pues muchas gracias por el permiso, porque nadie nos hacía caso...
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Decálogo
• Cuando muere una persona, el oído es el último sentido en perderse, el primero suele ser la vista, seguido del gusto, el olfato y el tacto.
• Una cabeza humana permanece consciente de 15 o 20 segundos después de haber sido decapitada.
• 100 personas mueren atragantadas por lapiceros cada año. Es más probable morir a causa del corcho de una botella de champán que por una picadura de araña.
• El funeral de Alejandro Magno en la actualidad habría costado $600 millones de dólares. Fue construida una carretera de Egipto a Babilonia para llevar su cuerpo.
• Cuando el inventor Thomas Edison murió en 1931, Henry Ford capturó su último suspiro en una botella.
• Más de 2500 personas zurdas mueren al año por usar productos hechos para diestros.
• Ahora lleva más tiempo la descomposición del cuerpo debido a los conservantes de los alimentos que comemos hoy en día.
• Una eterna llama en la tumba de un cura budista en Nara (Japón) lleva ardiendo 1,130 años.
• El creador de Star Trek Gene Roddenberry, fue la primera persona en poner sus cenizas en un cohete y ser ‘enterrado’ en el espacio.
• Kenji Uranda, trabajador de una compañía japonesa, se convirtió en la primera víctima mortal de un robot en Julio de 1981, en una fábrica de coches.
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