miércoles, 27 de octubre de 2010

Mario Artigas Contreras: Arthur Rimbaud

Un 20 de octubre de 1854.- Nace el poeta francés Arthur Rimbaud, precursor del simbolismo literario. Rimbaud, el eterno "enfant terrible" de la literatura francesa. Visionario, loco, rebelde, vagabundo, aventurero..., pero, sin duda, poeta. Fallece el 10 de noviembre de 1891

Sus padres se separaron en 1860, y fue educado por su madre, una mujer autoritaria. Destacó pronto en el colegio de Charleville por su precocidad. En septiembre de 1870 se fugó de casa por vez primera y fue detenido por los soldados prusianos en una estación de París.

Su profesor, Georges Izambard, lo salvó de la cárcel, pero al mes siguiente intentó de nuevo la fuga, esta vez dirigiéndose hacia la región del Norte. Después de trasladarse a Bélgica, quiso emprender carrera como periodista en la ciudad de Charleroi. Entre las dos fugas, había empezado a escribir un libro destinado a Paul Demeny, pariente de su profesor y poeta reconocido en París.

Cuando regresó a Charleville, en el invierno de 1870-1871, su colegio había sido convertido en hospital militar. Huyó a París en febrero y fue testigo de los disturbios provocados por la amnistía decretada por el gobierno de Versalles. Volvió con su familia en marzo, en plena Comuna, y publicó la famosa Carta del vidente. Auténtico credo estético, la Carta definía al poeta del futuro como un «ladrón de fuego» que busca la alquimia verbal y lo desconocido a través de un «largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos».

Verlaine, a quien había enviado algunos poemas, le invitó a París. Rimbaud llegó con un poema, El barco ebrio, quizás la mayor expresión de su genio visionario, que impresionó profundamente a su anfitrión. En París, se integró enseguida en el círculo literario del club zutista y escribió el Album zutique.

Tras una breve estancia en Charleville, donde compuso algunos poemas sencillos, más o menos místicos, nació una tormentosa relación amorosa con Verlaine, que empezó en el Barrio Latino de París, en mayo de 1872. Tras abandonar a su esposa, Mathilde, Verlaine se instaló con él en Bruselas y más tarde en Londres, para experimentar lo que, según Rimbaud, debía ser la aventura de la poesía.

En contacto con los partidarios exiliados de la Comuna, sus vidas se volvieron cada vez más caóticas, a medida que uno y otro cultivaban las excentricidades de todo tipo. En julio de 1873, Verlaine, el «desgraciado hermano» de Rimbaud, huyó a Bruselas; pretendía enrolarse con los carlistas, o suicidarse. Llamó a Rimbaud, éste acudió a su lado y volvieron las disputas. Verlaine, un carácter depresivo, sospechando que iba a ser abandonado pronto, disparó a Rimbaud y lo hirió, por lo que fue arrestado y encarcelado.

Mientras se recuperaba en sus Ardenas natales, Rimbaud terminó el libro autobiográfico Una estancia en el infierno, donde relataba su historia y daba cuenta de su rebeldía adolescente. Luego, gracias a su madre, publicó Alquimia del verbo, pero la obra no fue distribuida (Rimbaud dejó una copia en la prisión, para Verlaine, y repartió otros pocos ejemplares entre sus amigos). Regresó a Londres, acompañado por Germain Nouveau, en 1874, y escribió su última obra, Las iluminaciones, cerca de cincuenta poemas en prosa que proyectan sucesivos universos y proponen una nueva definición del hombre y del amor. A los veinte años, abandonó la literatura.

La segunda parte de su vida fue una especie de caos aventurero. Empezó como preceptor en Stuttgart, se alistó (y desertó luego) en el ejército colonial holandés y viajó en dos ocasiones a Chipre (1879 y 1880). Después de distintas escalas en el Mar Rojo, se instaló en Adén y más tarde en Harar (Etiopía). Se dedicó al comercio de marfil, café, oro o cualquier producto que consiguiera por el trueque de alguna mercancía europea; también envió informes a la Sociedad Francesa de Geografía. En 1885 volvió a Adén y vendió armas. Atravesó el desierto de Danakil y se tomó un tiempo de descanso en Egipto. Por último regresó a Harar, donde prosperaban sus negocios.

1891 - En febrero, Rimbaud sufre malestares en la pierna derecha que él atribuye, según una carta enviada a su hermana Isabelle, al frío de Harrar, a largas caminatas de 15 a 40 kilómetros diarios y a "cabalgatas insensatas por las abruptas montañas de la región". En marzo lo llevan a Zeilah en una litera diseñada por él mismo y de allí a Aden desde donde poco después vuelve a Francia. Es hospitalizado en Marsella y el 22 de julio le amputan su pierna derecha. Desde julio hasta el 23 de agosto permanece en Roche pero su salud se agrava y parte con Isabelle hacia Marsella nuevamente para ser hospitalizado. El 10 de noviembre, poco después de cumplir los 37 años, muere Arthur Rimbaud en el Hospital de la Concepción.

Durante todo el tiempo que pasó como aventurero fuera de Europa (entre otras ocupaciones la de tratante de esclavos) se tuvieron pocas noticias del poeta. De hecho nunca más volvió a escribir poesía. Cuando le preguntaron la razón, su respuesta se hizo famosa: "Poesía.. ¡Bah!, ¡Enjuagaduras!".

“Yo hubiera podido morir en África, roído por el fango y la peste, con el cuerpo lleno de gusanos y rodeado de desconocidos sin edad y sin sentimientos”



Los Cuervos

Señor, cuando se hielan
los prados; cuando en las aldeas asoladas
se han callado los ángelus...
sobre la naturaleza defoliada
haz que desciendan de los cielos
los deliciosos, los queridos cuervos.

Extraño ejército de severos gritos.
los vientos fríos atacan vuestros nidos.
A lo largo de los ríos amarillos,
en los caminos de los viejos
calvarios, en las fosas y trincheras,
¡dispersaros! ¡Juntaros!

Por millares, en los campos de Francia,


El barco ebrio

Mientras descendía por Ríos impasibles,
Sentí que los remolcadores dejaban de guiarme:
Los Pieles Rojas gritones los tomaron por blancos,
Clavándolos desnudos en postes de colores.

No me importaba el cargamento,
Fuera trigo flamenco o algodón inglés.
Cuando terminó el lío de los remolcadores,
Los Ríos me dejaron descender donde quisiera.

En los furiosos chapoteos de las mareas,
Yo, el otro invierno, más sordo que los cerebros de los niños,
¡Corrí! Y las Penínsulas desamarradas
Jamás han tolerado juicio más triunfal.

La tempestad bendijo mis desvelos marítimos.
Más liviano que un corcho dancé sobre las olas
Llamadas eternas arrolladoras de víctimas,
¡Diez noches, sin extrañar el ojo idiota de los faros!

Más dulce que a los niños las manzanas ácidas,
El agua verde penetró mi casco de abeto
Y las manchas de vinos azules y de vómitos
Me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.

Y desde entonces, me bañé en el Poema
De la Mar, lleno de estrellas, y latescente,
Devorando los azules verdosos; donde, flotando
Pálido y satisfecho, un ahogado pensativo desciende;

¡Donde, tiñendo de un golpe las azulidades, delirios
Y ritmos lentos bajo los destellos del día,
Más fuertes que el alcohol, más amplios que nuestras liras,
Fermentaban las amargas rojeces del amor!

Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas
Y de las resacas y de las corrientes:
¡Yo sé de la tarde, Del Alba exaltada como un pueblo de palomas,
Y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver!

¡Yo he visto el sol caído, manchado de místicos horrores.
Iluminando los largos flecos violetas,
Parecidas a los actores de dramas muy antiguos
Las olas meciendo a lo lejos sus temblores de moaré!

¡Yo soñé la noche verde de las nieves deslumbrantes,
Besos que suben de los ojos de los mares con lentitud,
La circulación de las savias inauditas,
Y el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores!

¡Yo seguí, durante meses, imitando a los ganados
Enloquecidos, las olas en el asalto de los arrecifes,
Sin pensar que los pies luminosos de las Marías
Pudiesen frenar el morro de los Océanos asmáticos!

¡Yo embestí, sabed, las increíbles Floridas
Mezclando las flores de los ojos de las panteras con la piel
De los hombres! ¡Los arcos iris tendidos como riendas
Bajo el horizonte de los mares, en los glaucos rebaños!

¡Yo he visto fermentar los enormes pantanos, trampas
En las que se pudre en los juncos todo un Leviatán;
Los derrumbes de las aguas en medio de la calma,
Y las lejanías abismales caer en cataratas!

¡Glaciares, soles de plata, olas perladas, cielos de brasas!
Naufragios odiosos en el fondo de golfos oscuros
Donde serpientes gigantes devoradas por alimañas
Caen, de los árboles torcidos, con negros perfumes!

Yo hubiera querido enseñar a los niños esos dorados
De la ola azul, los peces de oro, los peces cantores.
-Las espumas de las flores han bendecido mis vagabundeos
Y vientos inefables me dieron sus alas por un momento.

A veces, mártir cansada de polos y de zonas,
La Mar cuyo sollozo hizo mi balanceo más dulce
Elevó hacia mí sus flores de sombra de ventosas amarillas
Y yo permanecía, al igual que una mujer, de rodillas...

Casi isla, quitando de mis bordas las querellas
Y los excrementos de los pájaros cantores de ojos rubios.
¡Y yo bogué, mientras atravesando mis frágiles cordajes
Los ahogados descendían a dormir, reculando!

O yo, barco perdido bajo los cabellos de las algas,
Arrojado por el huracán contra el éter sin pájaros,
Yo, a quien los Monitores y los veleros del Hansa
No hubieran salvado la carcasa borracha de agua;

Libre, humeante, montado de brumas violetas,
Yo, que agujereaba el cielo rojeante como una pared
Que lleva, confitura exquisita para los buenos poetas,
Líquenes de sol y flemas de azur;

Yo que corría, manchado de lúnulas eléctricas,
Tabla loca, escoltada por hipocampos negros,
Cuando los julios hacían caer a golpes de bastón
Los cielos ultramarinos de las ardientes tolvas;

¡Yo que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas
El celo de los Behemots y los Maelstroms espesos,
Eterno hilandero de las inmovilidades azules,
Yo extraño la Europa de los viejos parapetos!

¡Yo he visto los archipiélagos siderales! y las islas
Donde los cielos delirantes están abiertos al viajero:
-¿Es en estas noches sin fondo en las que te duermes y te exilias,
Millón de pájaros de oro, oh Vigor futuro?

¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado! Las Albas son desoladoras.
Toda luna es atroz y todo sol amargo:
El acre amor me ha hinchado de torpezas embriagadoras.
¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar!

Si yo deseo un agua de Europa, es el charco
Negro y frío donde, en el crepúsculo embalsamado
Un niño en cuclillas colmado de tristezas, suelta
Un barco frágil como una mariposa de mayo.

Yo no puedo más, bañado por vuestras languideces, oh olas,
Arrancar su estela a los portadores de algodones,
Ni atravesar el orgullo de las banderas y estandartes,
Ni nadar bajo los ojos horribles de los pontones.

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