jueves, 13 de mayo de 2010

Mario Artigas Contreras: "Un Chileno en Santiago", año 2011








Cuentos: Un Chileno en Santiago, año 2010

Discursos de la Ministra de Cultura Paulina Urrutia en el día de la inauguración de los Carnavales Culturales de Valparaíso 2009

Doy por inaugurado los Carnavales en Valpo.; a gozar, a gozar chiquillos, hea hea, ji ji ji....

Bohemia 2


A Alberto Rojas Jiménez

…En donde en un desván
con traje de Can-Can
Posabas para mí y yo con devoción
Pintaba con pasión tu cuerpo fatigado
Hasta el amanecer
A veces sin comer
Y siempre sin dormir...
(Charles Aznavour)

Me dirijo a paso cansino por La Alameda en dirección a la Plaza Italia con la intención de llegar a la “Casa de Cena”; aeropuerto de emergencia que atiende veinticuatro sobre veinticuatro. Tarea difícil encumbrarme en dirección a la Cordillera: Es la hora que vivió aquel bohemio y, me esperan los últimos tertulianos de la noche, y no sé que irá a resultar de esta tournée. Mientras, me vienen a la memoria historias, escenas y aventuras que han plasmado escritores en este Santiago Bohémico y Literario.

Estábamos bebiéndonos unos mostos blancos, como le gustaba a la poeta Estella Díaz Varín, en un pequeño cuarto en el sótano de la casa del Escritor, llamado el submarino por los escritores que se sentaban ahí a beber una cerveza, o una botella de vino, atendidos por la señora Mina.
Lo que más me llamó la atención fue, que como nunca, Estella estaba de lo más dicharachera respondiendo preguntas a escritores jóvenes y contando sus historias:
-Cuando llegué de La Serena a Santiago irradiaba belleza y juventud, después de un tiempo conocí personajes como Claudio Giaconi (era buen mozo Claudio, varias mujeres se morían por andar con él), Jorge Edwards, Gómez Correa (que una vez le tiré una copa de vino tinto en su traje blanco por hablar huevadas), Enrique Lihn, Luis Oyarzún, Jorge Teillier, (con Jorgito nos tomamos varias botellas de vino en la Unión Chica), Alejandro Jodorowsky, Rolando Cárdenas y otros; camaradería a toda prueba y buen humor, ingenio y fantasía- Encantando con su voz ronca, una copa de vino en sus manos y un pucho en sus labios.

A los escritores muchas veces el jolgorio y la sed, o simplemente el querer compartir un vino, los obligaba a caminar por la Alameda hasta los bares de Estación Central, sin no antes pasar por el “Monte Rosa” en la calle Marcoleta, bar restaurante frecuentado por los Masones, Radicales y abogados de Santiago, pasando obligatoriamente por “Il Bosco”, frente a la Iglesia de San Francisco, o, al “Pollo Dorado” (Un habitué le sacó el palito de la R y dejó el letrero como el “Pollo Dopado”).
Cuando se estaba en el Bar-Restaurante “La Piojera”, o la “Posada del Corregidor”, obligatoriamente había una parada al inicio de Mapocho por Bandera, en el restaurante “Hércules”, este lugar habitué de escritores y poetas como Pablo Neruda, Tomás Lago, Rojas Jiménez, Julio Barrenechea, Rosamel del Valle, Abelardo Bustamante, Homero Arce, Carlos Dallens, Renato Manester, Eduardo Rodríguez Mazer, Ricardo Latcham, el periodísta Tito Mund, Pepo (el creador de Condorito), Oreste Plath, Humberto Díaz Casanueva, Luis Enrique Délano, Hernán del Solar, Ángel Cruchaga Santa María, Andrés Silva Humeres, el guatemalteco Miguel Ángel Asturia entre muchos otros. En este restaurante se festejó la visita del escritor español Ramón Gómez de la Serna en 1931. O pasar por el “Jote” de la calle San Pablo, para tomar dirección al Centro o la Alameda.
El “Zepelín”, de la calle Bandera al llegar a Mapocho, fue un cabaret popular donde también ocurrieron cosas curiosas. Una noche, en medio de un ambiente muy bullicioso de concurrencia bastante "emparafinada", se subió al escenario un muchacho, flaco y pálido, vestido de negro, a recitar "El Poema de la Guardia Civil", de García Lorca y, cuando algunos creyeron que lo iban a desalojar violentamente, sucedió lo contrario, hubo un silencio sobrecogedor, lo escucharon con respeto y, al final lo ovacionaron y le pidieron que lo repitiera-
“La Estrella de Chile”, restaurante situado al lado del Zepelín, donde se hicieron fiestas y cenas de despedida, también fue concurrida por artistas en general. Y al pasar por el centro existió alternativas como el “Goyescas”, el “Tabaris”, el “Night and Day”, el “Mandarín”, “La Isleña”, el “Waldorf”, “La Quintrala”, cabaret de lujo, el fastuoso “Lido”, el suntuoso “Roof Garden”, encaramado en la cumbre del San Cristóbal. Otros sin tanto lujo pero con mucho encanto, “La Trinchera”, “El Jote”, “La Ñata Inés”, “Zum Rhein”, “El Teutonia”, “Las Tres B” y “El Yate” de la calle San Francisco. No olvidando al elegante “Nuria”.
Se perdió con la tiranía militar nuestro humorismo de nuestra vida nocturna con el cierre del “Tap Room”, el elegante local en la Avenida Bulnes, que mantuvo el cetro del más importante sitio nocturno, por la jerarquía artística de sus espectáculos, siempre bien escogidos, por la concurrencia y el prestigio de que gozó entre los turistas.

Estos refugios, de noctámbulos escritores, periodistas y ciudadanos en general que después de terminar la diaria faena pasaban a cenar, beber unas copas y comentar la actualidad risueñamente. Cómicos que andaban siempre a la búsqueda de sitios abiertos donde poder alargar el día. Las noches de Santiago cada día se tornaban más linda y hacía encantadores guiños desde mil rincones. Esos rincones donde la literatura se escribió, en bares y cafés de Santiago literario; escritores, poetas y novelistas, historiadores y ensayistas que por ella transitaron dejando huellas, a veces inconclusas y borrosas. La bohemia santiaguina ya no está físicamente y dejó marcas profundas en aquella entonces, ciudad literaria.
El Ciudadano de hoy está reprimido, huraño y sin diálogo. La moral católica se impone a través de la mediocre y pequeña representación política. Como es el caso de la Diputada de derecha Ángela Cristi; con un discurso moral, represivo y castigador, empezó a ponerle candado y cadenas a las noches santiaguinas. Lo chocante es que ella no pudo siquiera educar a su hijo, absolutamente inculto, alcohólico y drogadicto. Pienso que en su locura pretendió cerrarle todos los bares de Chile a su hijo.

He salido de nuevo a la intemperie. Bien entrada esta noche fría y lluviosa, al cierre del restaurante el “Torremolino”; bien atendido por el cocinero Don Rigo. Durante el día estuve bajo la foto de Jorge Teillier y del Chicóte Cárdenas en la “Unión Chica”. Como siempre, el tránsito de personajes y colegas escritores que pasan de carrera a servirse una caña, o una botella en la cual, uno es invitado a participar. En realidad es el último de los bares clásicos de los poetas.
A comienzos de los 80, bajo la bota dictatorial de Pinochet, se reunían allí los escritores Ramón Díaz Eterovic, Rolándo Cárdenas, Germán Arestizabal, Álvaro Ruiz, Carlos Olivares, Aristóteles España, Juan Guzmán, Eduardo Molina Ventura (el Chico Molina), Iván y Jorge Teillier. En La Unión Chica se idearon tantos proyectos literarios como la antología “Nueva York 11”, alusión directa del bar (Carlos Olivares). Salió de allí la idea de la creación de la revista “La Gota Pura”, de manera artesanal y marginal. En tiempos de Toque de Queda, La Unión Chica se transformó en un reducto de camaradería y verdadera amistad, conversaciones francas y sobre todo de Poesía. Llegó del Sur el poeta y músico Enrique Valdés. La única mujer que fue aceptada en el grupo, fue la escritora y fotógrafa Leonora Vicuña, hija de los poetas José Miguel Vicuña y Eliana Navarro. De vez en cuando transitaron los escritores, Francisco Coloane, Gonzalo Rojas, Jaime Gómez Roger, Mario Ferrero, Marino Muñoz Lagos, Emilio Oviedo, Gonzalo Drago y tantos otros que hablaban de Poesía, Box, Política, Filosofía, Libros y Marcas de vinos que además, humedecían estas tertulias.
Una de tantas historia de “La Unión Chica”, es la del “Tote” España. Una vez se quedó dormido en el baño sin que nadie se diera cuenta, la tertulia avanzó hasta el cierre de la Unión Chica; nadie se percató del hecho y se dispusieron a abandonar el refugio despidiéndose amenamente. El poeta cuando despertó sólo vio oscuridad, trastabillando salió del baño; no sabía dónde estaba, se detuvo un instante para que sus ojos se adecuaran en la oscuridad y poder ver algo; finalmente se dio cuenta qué le había pasado; así que avanzó lentamente hasta la pequeña escalinata y se sentó. Pudo ver un pequeño rayo de luz que provenía de la parte de debajo de la cortina metálica de la entrada principal. Sólo atinó a quedarse sentado dormitando el par de horas que faltaban, para abrir de nuevo este submarino; que lleva a sus raros pasajeros a profundidades extrañas y profundas. O nave que avanza o retrocede en el tiempo con tertulianos a bordo.
El tic tac del reloj de pared y los miles de litros de alcohol envasados acompañaban a Tote; silencio, sólo él ha sentido el vacío de parroquianos y mozos; también de la mirada controladora del Güenchi sobre los escritores.
Finalmente abrieron y los mozos se sorprendieron al ver al Tote en medio de los reflejos de luz que entraba al recinto. Tote, se hecho mano al bolsillo y en un rápido tacto de dedos, se dio cuenta que podía pedir una cerveza para bajar la tensión de lo sucedido y, también para apagar su sed; canceló y salió a la intemperie para volver más tarde.

…porque gracias a la Unión Chica, sobrevivimos. Como en una estación ferroviaria esperamos tras sus puertas a que el tren nocturno se alejara. Quedamos heridos, pero aprendimos a vivir y a saber, como nos enseñó Jorge Teillier en uno de sus poemas, que escribimos “para hermanos que afrontan la borrachera y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos”. (Ramón Díaz)

Pienso en este Santiago que me vio nacer. -Que he abandonado infinitas veces y siempre me atrae como un imán, es mi gran casa que nunca he tenido, todos son mi familia aunque para los que habitan aquí hoy, no lo sea- Un Centro rodeado de cemento y edificios como lápidas frígidas sepultando almas solitarias. Edificios que parecen nichos de cementerio con lucecitas que se encienden y se apagan; donde habitan negros corazones de notarios, chóferes de micros amarillas, médicos y abogados.
Aún llevo aserrín en mis zapatos y en la basta de mi pantalón.
Cuando llegue aquel bar que también tendrá aserrín, que luego perderé bajo la lluvia en dirección a Granado, posiblemente.

La bohemia ya no es la misma, remplazó los clásicos bares por acrílicas shoperías y, los Cabarets se substituyeron por Pubs. Se dio muerte al oficio de reportero gráfico, que plasmó bellas Vedette en fotos; para después aparecer en carteles en blanco y negro anunciando la presentación de sus shows, o en columnas de opinión de algún Diario o Pasquín.
Muchas madrugadas he observado a mis tertulianos con atención, casi siempre somos los mismos los que terminamos en este último aeropuerto llamado “Casa de Cena”.
Al amanecer, emprendo mi vuelo a Granado e intentar descansar. A la hora que los trabajadores comienzan agitar el día y los micros amarillos lanzan bocanadas de veneno negro.
Hoy cobra vida el brillo de los restaurantes chinos a cambio del neón de lugares como la mítica “Unión Chica” y la “Casa de Cena”; donde la luz amarillenta trae la melancolía de un Santiago viejo, con gentes inmóviles retratadas en un cuadro de algún pintor francés del siglo pasado.
Se ha plagado de Shoperías frías y sin calidez; sin simpatías ni romanticismo; sin sueños ni melancolía. Donde sólo veo alcohólicos encerrados en sí mismo, sin refugios, sin idiomas y sin paisajes, sumidos en la estridencia. Pululan camufladas una fauna de putas y travestis, que junto a maleantes se han tomado las calles del Centro de Santiago. Corren leyendas urbanas como la del famoso Maricón Mazinger Z, que dicen las malas lenguas, fue el homosexual más apetecido por ricos y famosos.
La desaparición de los antiguos burdeles criollos donde se pedía la ponchera de vino y las putas compartían alegremente con los clientes. Un viejo piano tocado por el “maricón Carlitos” que ameniza en la vieja casa de putas de Vivaceta Nº 1226, donde la hábil puta y posteriormente cabrona “La Tía Carlina”. Se transformó en empresaria exitosa de lupanares de bajo perfil. (Se cuenta que parte del dinero lo obtuvo de un prestigioso relojero enamorado de ella. Pero, todos dudan)
Corría el primer año del gobierno del radical Gabriel González Videla. Es cuando Gabriel, Luis y Atilio Bosco inauguraron "Il Bosco", que por su céntrica ubicación se convirtió rápidamente en refugio de intelectuales que escribían con tinto, de policías que se emborrachaban con ladrones de estampa, de periodistas que buscaban datos entre las mesas e incluso de nostálgicos anarcos sindicalistas que cantaban a escondidas la Marsellesa con letra negra.
Entre las historias más recordadas figura la de la "Revolución de la chaucha", donde un aviador cayó muerto en pleno salón tras salir a sapear una protesta en la Alameda. Durante agosto de 1949, un alzamiento espontáneo contra el alza en 20 centavos del pasaje de los tranvías, llevó a que la Alameda se convirtiera en un campo de batalla entre la policía y los estudiantes. Guillermo Cuellar Soto, de 20 años, estaba celebrando con unos compañeros de la Escuela de Aviación que habían terminado los exámenes, cuando se le ocurrió salir a mirar de dónde diablos prevenían los sonidos de disparos.
-"No hay de qué preocuparse, son balas de fogueo" Habría dicho a sus amigos antes de desplomarse herido de muerte por dos balazos.
En otra ocasión, no menos fúnebre, unos clientes habituales entraron al "Il Bosco" con un ataúd a cuestas, lo pusieron sobre una mesa y brindaron a todo pulmón por el difunto. El finado era el bombero Aníbal Morales, quien en tomateras anteriores había prometido con su amigo de la ex Compañía de Teléfonos de Chile, Fernando Magaña, que el primero que se fuera al patio de los callados sería homenajeado en "Il Bosco" por su amigo en vida. En fin, todo esto es poco...
Finalmente, en 1984, cerró sus puertas cuando la represión impuso un nuevo ritmo de vida, cambiaron las costumbres y comenzó a morir la bohemia y sus quimeras, la alegría de vivir y la libertad, la diversión de matrimonios, familias y amistades. Un hábito cultural que hoy, hace tanta falta y se recuerda con nostalgia.

Me pregunto dónde estará aquél poeta bohemio sobrepasando límites. Aquél que siempre estaba en un Cabaret junto a una puta encantándola con palabras en un oscuro rincón. O en un bar, en una buena tertulia sin importarle a qué medio social o laboral, como interlocutor tuviese al frente. O en otra aventura conquistando un nuevo amor y dispararse a nuevos mundos. Atravesando permanentemente esa línea imaginaria impuesta por falsas morales hechas por individuos ajenos a la libertad.

-Ilsa Lund (Ingrid Bergman) después de un par de años llegó al “Rick´s Café Américain” y sorprendió a Rick (Humphrey Bogart) con un nuevo novio.
De madrugada Rick solo en su bar, sentado en una mesa acompañado de una botella de whiskey y cigarrillos; melancólico se dirigió al pianista.
-Sam, sabes lo que quiero oír- (El tiempo pasará)
-No, no sé-
-Le tocaste la canción a ella, tócamela a mí-
-No creo recordarla-
-Yo lo puedo soportar también ¡Toca la canción!
-¡Sí, jefe!-

-La vida no está en nuestras manos, está sólo en nuestros sueños- El poeta Moderno y Romántico Alberto Rojas Jiménez decía estando en Antofagasta. Viajó con la intención de llegar como Corresponsal a la “Guerra del Chaco” (1932-1935 entre Bolivia y Paraguay). Afortunadamente pasó a visitar al escritor nortino Andrés Sabella, con quién compartió bares, y cuando no, Jiménez se perdía en la ciudad constantemente. Andrés preocupado de que no fuera a partir a Bolivia lo salía a buscar primero al hotel donde se alojaba, luego en los bares de la Ciudad. Una vez lo encontró en el Muelle bebiendo y contando historias con los pescadores; la imagen de él se podía distinguir a lo lejos por su sombrero negro de gran alón y su gran capa negra; algo así como uno de los autorretratos de Toulouse Lautrec, pero, Alberto fue bello, alto y erguido.
Jiménez cayó bajo el encanto del paisaje del Norte y sus encantadoras mujeres. Pasó el tiempo y, hasta que un día, sin darse cuenta la breve Guerra había terminado.

Ese desarraigo de las cosas, de violentar lo cotidiano y volcarse a una aventura de improviso es lo que ha hecho de los poetas libres de compromisos mayores. El pintor Paschín Bustamante, gran amigo de Alberto Rojas Jiménez, ganó un premio en un concurso de pintura consistente en un pasaje en barco, en Primera Clase a París. Larga fue la despedida en Santiago, festejaron en el restaurante “Hércules” y en el “El Corregidor”. No terminó ahí la despedida; dos días antes que se embarcara Paschín; se trasladaron a Valparaíso para continuar con el jolgorio hasta el último instante. Neruda los acompañó en una cena en un bar del Puerto y fue testigo del siguiente hecho: Estando afectados por los montos, la hermandad primó por sobre todas las cosas entre Paschín y Jiménez. Y decidieron a primera hora ir a cambiar el pasaje de Primera, por dos de Tercera Clase y así, Alberto Rojas Jiménez terminó en París, comenzando a escribir la que fuera su novela “Chilenos en París”.

Otro día con la expectativa de una nueva madrugada con aserrín en mis zapatos apoyado en la barra del “Perseguidor”, chapoteando en mi copa de vino al son de un buen jazz nostálgico y una buena quimera; que comparto con otros tertulianos que se han sumado.
Cómo es posible que deba adaptarme de nuevo, me preguntaba. Me siento extranjero en mi propio Santiago después de haber respirado el aire libre del Viejo Mundo, o quizás ni tan libre con una Democracia demasiada protegida por Estados policiales. Me pregunto dónde están los poetas y aquel vino que siempre estamos intentando dejar. Dónde quedó la bohemia literaria santiaguina, miro a mí alrededor y, a quién le importará que existió un cabaret llamado “La Rata Muda” en Antofagasta, o el “Bar Show” en Mac Iver. Sabrán del boulevard Saint Michel, del café del Döme, de los hoteluchos de la Villete, de los clubes nocturnos de la calle Sain-Antoine, Pigalle, Moulin Rouge y el Barrio Latino.

Esas 17 noches tristes devastaron las barras y los bares. Solitarios inviernos coagularon las palabras de los poetas. Suficiente con ello para exterminar las noches, los bares, las barras y todos los sueños. Y qué decir de los siguientes 20 años de apócrifa “Democracia” liquidaron nuestras quimeras. Siguió la “represión ética” contra la bohemia, contra la vida nocturna que existió, pretendiendo ser un espejo de París o de Buenos Aires.
Los escritores con este sistema económico y político neoliberal; seguiremos siendo víctimas de un país que hipoteca nuestras utopías, a punta de credos y salmos de alabanza por la globalización.

A los poetas de hoy una máquina de afeitar los hace sentirse nuevos. Otros poetas escriben para inflar sus egos y conquistar féminas, más preocupados de su trabajo y el lucro. Los otros pocos que están quedando, visitan los últimos bares atraídos por las leyendas y se hacen parte transportándose a esas viejas voces de amados poetas que ya no están, aferrados a sus soledades y melancolía, buscando la nueva voz en la literatura, en la creación. Sintiendo que el mejor estado de aquel poeta lejos de la cotidianidad es la bohemia, rescatando lo mejor del eufemismo y la realidad, todo efímero como los amores y pasiones. Amistad, sólo eso. Y hoy, nadie utiliza los espacios con reacciones, encantando con un pájaro de papel en las manos. Como los hacía Alberto Rojas Jiménez de servilletas de papel, que después regalaba a los clientes del momento y, a veces, gustosamente aceptaba una botella de vino de regalo.

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