Por:
Mario Artigas
El 10 de enero de 1956 murió en Lima uno de los poetas
contemporáneos que más huella dejó entre las generaciones que hoy reinan en el
ámbito poético del continente. Nadando entre dos lenguas, el francés y el
castellano, Moro se convirtió en un gran orgiástico de la palabra y sus poemas
sorprenden hoy como si fueran el fruto de ordalías de imágenes.
César Moro. Seudónimo de Alfredo Quíspez Asín (Lima, Perú, 19 de agosto de
1903 - 10 de enero de 1956) fue un poeta y pintor surrealista peruano. Tras una
formación autodidacta firma su primer trabajo, un dibujo modernista, en 1921
como "César Moro", nombre escogido por él (al parecer encontrado en
una novela de Ramón Gómez de la Serna) y con el cual a partir de ese momento se
movería por el mundo. Gran parte de su poesía está escrita en francés, antes y
después de su única obra en español “La tortuga ecuestre”. Su vida pasó por
largos períodos de estancia en París. En ella se relacionará con la plana mayor
del surrealismo francés, como André Breton y Paul Éluard.
Un Gay no comprendido en Perú.-
Moro, que era gay, -encabezó una "vida escandalosa"- -describe a sí mismo en
voz baja y en privado-. Muchos compañeros surrealistas tenían conocimiento de
la homosexualidad de Moro, que abrazó por primera vez en México. Su amor poesía
escrita en París es torturado, pero su poesía escrita en la Ciudad de México
para “La tortuga ecuestre”, es abiertamente homoerótico. Su nuevo idioma,
apasionado puede atribuirse a su relación con el teniente del ejército Antonio
AA De hecho, Moro escribió una serie de cartas y poemas a lo largo de 1939 que
expresa la crueldad de su amor por Antonio, la totalidad de sus sentimientos
que no dejan nada en su vida más allá de Antonio. La fuerza de los sentimientos
de Moro para él duró la duración de su residencia en México, incluso después de
que Antonio se casó y se convirtió en padre. Moro parece haber desempeñado un
papel casi padrino-como en la vida del hijo de Antonio. La intensidad de la
relación de Moro con Antonio, coincidió con su distanciamiento con Breton y el surrealismo después de la publicación de “Breton
Arcano 17”, que Moro desafió en una revisión en “El Hijo Pródigo”. A partir de
entonces Breton, que no podía aceptar el amor entre miembros del mismo sexo, ya
no tendría un impacto tan grande en el desarrollo estético del Moro.
El Surrealista.-
César Moro es un gran poeta surrealista. No resulta fácil
escribir poesía de tanta calidad en una lengua ajena. Generalmente el uso del
código literario exige al hablante un dominio de los aspectos prosódicos y
rítmicos del idioma hasta percibir las eufonías y disonancias de este último.
“Algunas diferencias se produce con el más grande poeta gay chileno, el
poeta surrealista Jorge Cáceres. Su poesía fue escasa en francés y más intensa
en español, pero al igual que Moro, poeta, pintor y bailarín (Ballet). “Obra
Completa de Jorge Cáceres”, Edición, Pentagrama Editores, 2002. Reedición marzo
2015, (Mario Artigas) Edición Fundación Unión Chilena de Escritores”.
Moro aprendió algo tardíamente
el francés, pero al final bregó con la sintaxis y la fonética de esta lengua
hasta llegar a dominarlas y ofrecernos poemas que, con el paso del tiempo, han
quedado como monumentos de la literatura latinoamericana. Al comienzo de la
década del veinte, cuando decide viajar a Europa, era más conocido como artista
plástico. Instalado en París, entabla contacto con el grupo surrealista de
André Breton.
Inmediatamente su actitud congenia con el nuevo espíritu
que predicaban los surrealistas. Comienza a escribir poesía en francés y
comparte sus textos con otros poetas. Una carta de Paul Éluard nos narra el momento: “Mi querido Moro, estas líneas solo para
manifestarle con qué placer estoy leyendo sus admirables poemas, del primer
cuaderno que usted me ha confiado –Breton se ha quedado con el otro– son la
poesía lo que me gusta por encima de todo, sus versos siempre sorprendentes,
pocas cosas son las que pueden unirme tanto con lo que conservo de mi juventud.
Me daría la mayor alegría que en caso de tenerlos, me mandara más”.
En 1934, Moro vuelve al Perú y entabla amistad con Emilio Adolfo Westphalen.
Al año siguiente, organiza lo que sería la -primera
exposición surrealista- en el Perú. Por
esos días tiene una discusión con el chileno Vicente Huidobro, a quien Moro
acusa de ser un reciclador de la poesía de Pierre Reverdy y del cine de Luis
Buñuel. Vicente Huidobro -de cuyo magisterio Moro
descreía- era una figura demasiado
“literaria” para él.
Tras publicar un boletín en contra del fascismo, que se apoderaba de España, la policía
entra a su casa confiscando los ejemplares que allí encuentra. Entonces, se
obliga al exilio y decide viajar a México. La segunda Guerra Mundial se
avecinaba y sus amigos europeos viajaban también. Allí se reúne con ellos,
conoce a nuevos amigos. Pasaría una década en México, saldría de ese país con
el corazón roto, peleado con su amigo Breton, con un baúl lleno de pinturas que
nunca llegarían al Callao y con los rezagos de una extraña enfermedad que lo
aquejó durante algún tiempo. (Mario Vargas Llosa lo transfigura en un pasaje de
La ciudad y los perros). El culto de la poesía era en
Moro una real aristocracia: una causa perdida. Era demasiado lúcido como para
hacerse ilusiones sobre su época —sobre cualquier época— y de allí, así mismo,
la ironía y el júbilo de su conciencia marginal. De cualquier modo, no es la
añoranza del culto minoritario lo que Moro nos comunica: al contrario, es la
libertad intransigente de un espíritu mayor. Entonces, no es casual que
se apartara más tarde de Bretón, disintiendo de su figura “literaria”. Su
agresividad con los “intelectuales” provincianos y con los “regionalismos”
plásticos y poéticos, porque su “Pintura” es también otra muestra de su
libertad, de su inmediata asunción del arte sin mediaciones o explicaciones. (Moro fue también un pintor imaginativo, cuyos
colores evocan a Bonnard).
Posteriormente su vida en Lima, pasaba casi inadvertida.
Pero la poesía siempre tiende puentes invisibles. Por esa época comenzaban a
visitarlo algunos poetas jóvenes –Jorge Eduardo Eielson, Rafael Méndez, Tenaud–
y comienza su amistad con Carlota Carvallo de Núñez. También vendrían a verlo
unos jóvenes poetas argentinos.
El
primero fue Enrique Molina, quien coincidió con Moro en la pasión por la
poesía. Se volvieron amigos. En un poema titulado “No hay sombras allí”, el
argentino hace un despliegue de su alucinante memoria: “César Moro en su
atmósfera carnívora de las constelaciones / de otro cielo de aorta confundida
con las algas / al pie de su gran dolmen de la luna peruana / el suyo / un
grito de adiós / el salvaje testimonio de una aventura de lo absoluto”.
Lettre d’Amour
(1944), quizá sea su poema mayor, llevará el virtuosismo poético de Moro a una
dramatización del habla: ahora el diálogo
es una ausencia, una pérdida, y, por lo mismo, la escritura es el último ritual
del extravío.
En vida publicó sólo tres plaquettes: Le Cháteau de Grisou (1943), Lettre d’Amour y Trafalgar Square
(1954), en ediciones mínimas, hoy desaparecidas.
Resumen.-
En castellano Moro escribió unos 70 poemas, incluidos los
de La tortuga ecuestre con unas cartas-poemas a su inspirador, contra más de
300 composiciones en francés. Mientras vivió no publicó sino dos poemarios: Le château de grisou (México, 1943), Trafalgar Square (Lima, 1954) y un poema
largo, Lettre d'amour (México, 1944)
magistralmente traducido al castellano por Emilio Adolfo Westphalen. Todo el
resto es póstumo: Amour à mort, Paris
(1957 y 1990), La tortuga ecuestre y
otros poemas (Lima, 1958) y La
tortuga ecuestre y otros textos, (Caracas, 1976), Derniers poèmes (Lima, 1976), Obra
poética (Lima, 1980), Ces poèmes
(Madrid, 1987).
Lettre d´amour
Je pense aux holoturies angoissantes qui souvent nous
entouraient à l’approche de l’aube
quand tes
pieds plus chauds que des nids
flambaient dans la nuit
d’une lumière bleue et pailletée
Je pense à ton
corps faisant du lit le ciel et les montagnes
suprêmes
de la seule
réalité
avec ses
vallons et ses ombres
avec
l’humidité et les marbres et l’eau noire reflétant toutes
les étoiles
dans chaque
oeil
Ton sourire
n’était-il pas le bois retentissant de mon enfance
n’étais-tu
pas la source
la pierre
pour des siècles choisie pour appuyer ma tête?
Je pense ton visage
immobile braise d’où partent la voie lactée
et ce chagrin immense qui me rend plus fou qu’un lustre
de toute beauté
balancé dans la mer
Intraitable
à ton souvenir la voix humaine m’est odieuse
toujours la
rumeur végétale de tes mots m’isole dans la nuit totale
où tu
brilles d’une noirceur plus noire que la nuit
Toute idée
de noir est faible pour exprimer le long ululement
de noir sur noir éclatant ardemment
Je
n’oublierai pas
Mais qui
parle d’oubli
dans la
prison où ton absence me laisse
dans la
solitude où ce poème m’abandonne
dans l’exil
où chaque heure me trouve
Je ne réveillerai plus
Je ne résisterai plus à l’assaut des grandes vagues
venant du
paysage heureux que tu habites
Resté dehors sous le froid nocturne je me promène
sur cette planche haut placée d’où l’on tombe net
Raidi sous
l’effroi de rêves successifs et agité dans le vent
d’années de
songe
averti de ce
qui finit para se trouver mort
au seuil des châteaux désertés
au lieu et à l’heure dits mains introuvables
aux plaines fertiles du paroxysme
et de l’unique but
ce nom naguère adoré
je mets toute mon adresse à l’épeler
suivant ses transformations hallucinatoires
Tantôt une épée traverse de part en part un fauve
ou bien une colombe ensanglantée tombe à mes pieds
devenus rocher de corail support d’épaves
d’oiseaux
carnivores
Un cri
répété dans chaque théâtre vide à l’heure du spectacle
inénarrable
Un fil d’eau
dansant devant le rideau de velours rouge
aux flammes
de la rampe
Disparus les
bancs du parterre
j’amasse des
trésors de bois mort et de feuilles vivaces en argent corrosif
On ne se contente plus d’applaudir on hurle
mille familles momifiées rendant ignoble le passage d’un écureuil
Cher décor où je voyais s’équilibrer une pluie fine se dirigeant rapide
sur l’hermine
d’une
pelisse abandonnée dans la chaleur d’un feu d’aube
voulant adresser ses doléances au roi
ainsi moi
j’ouvre toute grande la fenêtre sur les nuages vides
réclamant
aux ténèbres d’inonder ma face
d’en effacer
l’encre indélébile
l’horreur du
sang
à travers les cours abandonnées aux pâles végétations maniaques
Vainement je
demande au feu le soif
vainement je blesse les murailles
au loin tombent les rideaux précaires d l’oubli
à bout de forces
devant le paysage tordu dans la tempête
(México, D.F. décembre 1942)
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